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El 19 de julio de 1839 Felix Mendelssohn pasó un día en el campo organizado por burgueses de Frankfurt y allí un pequeño coro dio la sorpresa interpretando algunas canciones suyas incluyendo algunas del opus 48. Mendelssohn, entusiasmado, incluso pintó una acuarela para que no se le olvidara tan lindo día. La Naturaleza le pareció entonces el mejor auditorio del mundo. Escribió una carta al amigo poeta Klingemann donde decía “parece de lo más natural en cualquier música que cuatro personas paseen bien por el bosque o bien en barca por el río y una melodía esté con ellos o dentro de ellos”.
Goethe, que tanto admiró al niño Mendelssohn, introdujo el culto a la Naturaleza en el romanticismo alemán. He aquí un fruto paradigmático, Herbstlied o Canción de Otoño, poema del poeta teósofo Nikolaus Lenau que canta los paisajes otoñales de Austria y Hungría que tanto ama. Mendelssohn viste el poema con música con el entusiasmo que este tipo de temas de suscita siempre, como cuando pone música a la cueva de Fingals en las Hébridas o en varios Poemas sin palabras. El dúo Mendelssohn y Lenau inventan esta acuarela sonora.
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